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domingo, 30 de septiembre de 2012

Azul como un cielo

Era una tarde agradable, el sol se presumía con resplandor y amabilidad, pues sus rayos no aturdían ni provocaban dolores de cabeza. Era una tarde sin igual, sin duda.

Monte la bicicleta y ella, brillando igual que el sol, tomo el manubrio con sumo cuidado, instruyéndome con paciencia y amor. Eso si que me aturdió los pensamientos. Pensé en las veces que me encontraba así: inexperto y sin saber que hacer, y ella a mi lado, tomando mi rumbo, guiándome. Eso me gustaba.

Aún recuerdo las otras viejas tardes, corriendo hasta donde las construcciones se terminaban y solo se alzaban grandes arboles hasta el cielo, o cuando intentábamos descubrir lo que los demás decían con sus acciones, sí sus palabras eran correctas con lo que pensaban. Y aquellas tardes junto al mar.

También están las noches antiguas en mis pensamientos, aquellas en las que nos sentábamos en su cama a escribir poemas, cuando paseábamos en tren y tomaba fotos de todas mis sonrisas. De cuando me hablaba de navidad y de los filtros que tiene el amor.

La bese, entramos a la habitación y le pedí llorando que fuese mía. Ella respondió diciendo que me amaba también.

El resto fue un ‘No me olvides’ convertido en sudor e ímpetu.