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viernes, 16 de agosto de 2013

El momento más feliz


Mi recuerdo más viejo, ¿cuál será?; No puedo asegurar y decir que tal cual lo es por que hay muchos sucesos que recuerdo pero no la edad que tenía en ese entonces, así que no puedo decir con seguridad cual. Pero hay uno de ellos al que le tengo fe:
Se trata de cuando íbamos a visitar a mis abuelos paternos, allá a su casa cerca del arroyo. Todavía viven ahí juntos, aunque mi abuelo este en los cielos aún sigue viviendo allá, en esa casa. Mi papá era el único de sus hijos que no vivía en las casas continuas a la de mis abuelos, así que cuando íbamos se armaba casi una fiesta. Recuerdo que primero caminábamos a la estación del tren, luego viajábamos en el y al llegar a la ultima estación tomábamos un bus que nos dejaba antes del arroyo. Mucho antes del arroyo. Caminábamos apurados mi hermano Erick y yo, habría que bajar una especie de colina. Corríamos uno detrás del otro, por entre las casas grandes y chicas, por las de techo de madera o loza, las que estaban pintadas o las que se adornaban únicamente de ladrillo. Erick siempre me llevaba la delantera, por que no podía evitar detenerme a arrancar una que otra flor que quería venir conmigo. Después de pasar todas aquellas construcciones, cruzábamos la delgada oración de aguas cristalinas brincando de piedra en piedra. Y corríamos sin parar hasta ver que pisábamos la sombra de aquel frondoso árbol, uno muy grande y verde, que tenía puntos rojos entre sus ramas. Estando ahí esperábamos a que alguno de mis padres llegara y nos dijeran que podíamos juntar los frutos, y como sí de una carrera se trataba juntábamos cuantos podíamos, inclusive de tantos que poníamos en nuestras infantiles manos se terminaban apachurrando más de uno. Y los comíamos de camino a casa de los abuelos, que ya no quedaba nada lejos. Pero eso sí, por más que me gustaran, no olvidaba dejar alguno para mi abuela que me lo agradecía contándome muchas historias.

Eso me gustaba. Ahora hay otras cosas que me gustan también, por ejemplo, hay veces en las que me porto mal y me quedo a dormir fuera de casa pero con la promesa de que he de volver lo más temprano posible del día siguiente. Me gusta despertarme con la mañana, pero con la mañana verdadera, aquella que tiene colores nublosos. Me gusta mucho caminar y ver que las lámparas acompañan al sol y juntos alumbran las calles. Me gusta ver la ciudad apenas poblada y con todos los locales cerrados, me gusta ver a la gente abrigada con su café en mano. Es todo mucho más tranquilo.

También me gusta verte aquí, conmigo. Que me prestes toda tu atención, toda, toda. Y que pases por alto que llevamos media hora sentados platicado sin pedir nada. Yo quiero un té de frutos rojos, de los mismos que caían de aquel árbol del que te platique. ¿Y tú? ¿Pedirás un café cargado como aquellos que compran los madrugadores de la ciudad?