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sábado, 11 de agosto de 2012

Alguien muy tonto


La segunda vez fue todo un episodio dramático y repugnante, cada vez que me dejo evocarlo es como sí tomará un tremendo sorbo de coraje efectivo que rápidamente cobra mi control.

 La casa estaba habitada aquella tarde por la música de Lafourcade y por mí. Descansaba recostado con los ojos cerrados bebiendo un poco de té de hierbabuena y en mi mente ocurrían chistosas historias producto de la buena sinfonía que escuchaban mis oídos, y de repente escuche otro sonido más, se trataba de mi móvil sonando como un rumor entre el volumen alto de las melodías de Lafourcade. Abandone el sillón y corrí a tomar mi teléfono celular, en la pantalla se presencio una serie de números que me hicieron recordarlo, pero no estaba del todo seguro que fuera el joven R. sin embargo conteste.

 A los siguientes minutos me encontraba ya llamando a su puerta. El abrió, me invito a pasar, y yo comencé a recorrer la sala como sí nunca antes hubiese estado ahí: revisé curiosamente cada rincón, leí los títulos de los libros que se hallaban sobre su mesa y entre saludo y saludo termine en su habitación y con su viejo equipo móvil en mis manos.

 - Devuélvemelo – soltó con voz desafiante.
 - No entiendo para qué lo quieres, sí ya no sirve, en mi casa se verá mejor – le dije en tono amable.
 - Es mío y decido que hacer con él – cambio a tono burlón.
 - Pues no te lo voy a dar –

Y sin dejarme terminar siquiera, me arrojo a su cama y se poso sobre mi, como tantas veces lo había hecho el año pasado, con la diferencia de que esta vez ambos teníamos la ropa puesta.

 - No quieres dármelo ¿eh? – me susurro al oído dejándome ver las verdaderas intenciones que en el fondo tenía al invitarme a su casa – pues te convenceré de ello. 

Sabiéndose de memoria mis puntos débiles, comenzó a acariciarme y a intentar quitarme la playera. Pero con unas fuerzas que sinceramente no sé de donde saque, lo tiré de la cama. Me miro extrañado, y yo entendía por qué.

El quería disipar su vigor con mi cuerpo y yo quería probar hasta donde sería capaz de llegar por convencerme, es decir, que de cualquier forma no me negaba a cumplir sus deseos, solo estaba posponiéndolos. Pero no quiso entender. Para él significo un grave estruendo en su orgullo, lo convirtió en un ‘ya no me importas y no te dejaré hacer conmigo lo que quieras’, y a decir verdad, eso me convenía más.

Con todo y su orgullo lastimado, me tomo del brazo y tomando provecho de mis esqueléticos músculos, lo torció hasta que yo le rogará se detuviera. Y así fue. Le anuncie me estaba lastimando y me ignoro, le insistí hasta que le dio el gusto y me soltó arrojándome al suelo. Como sí no fuera todo, después de levantarme me llevo a la sala y de ahí a la puerta de mi casa.

 - Eres un idiota – fui sincero.
 - Ya me lo habían dicho – dijo con voz seca.
 - Te vas a quedar solo – le advertí.
 - No eres el primero en predecirlo, y ¿sabes? No me importa – y cerró la conversación. 

En cuanto cerré la puerta me deje llevar por la rabia que me comenzaba a habitar, no entendía su indiferencia, y por que de alguna forma le quiero y me importa, me deje enfurecer por no dejarme ayudarlo. Y le llame de nuevo idiota desde mi casa. Me exigí dejar de quererlo, y rápidamente traslade ese cariño a lastima.

Pobre, mintiéndose a sí mismo en verdad terminará solo, por que ni su alma querrá acompañarlo.